¿Quién querría conectarse con nuestro software y para qué?
La principal razón para no implementar una API es creer que nadie va a usarla —¿quién querría conectarse con nuestro software y para qué?, pero también podemos contrargumentar que para que alguien considere conectarse con nuestro software, primero debería saber que puede hacerlo.
Nuestra empresa desgraciadamente no disponía de APIS, así que, esa integración tendrá que esperar. ¿Cuántas oportunidades similares nos estaremos perdiendo?
Al fin y al cabo, una API pública puede tener una inmensa influencia en la estrategia de una compañía y hasta su filosofía de trabajo, haciendo que esté mucho más abierta a integrarse y colaborar con terceros.
Y aunque no quieras abrir tu software al mundo, implementar una API sigue siendo una buena idea, especialmente securizada y cuyo acceso está muy restringido, que registra quién, cómo y cuando ha accedido o modificado los mismos.
También para otros sistemas más abiertos se pueden crea APIS mucho más accesible, pero también con un alcance más acotado, por ejemplo, de simple lectura de ofertas de automoción que limite el destrozo que podría causar una brecha de seguridad. Puede que hoy solo la consumamos nosotros mismos en nuestra propia web, pero mañana podríamos hacerlo desde una aplicación móvil, otro nuevo producto o, finalmente, permitir que la use un tercero sin tener que modificar nuestro código.
Evidentemente, todo esto no sale gratis. Una API no deja de ser un «contrato» en el que te comprometes a mantener determinados servicios de software que serán consumidos por terceros para construir los suyos propios. Si interrumpes esos servicios o los modificas sin previo aviso, afectarás a todo el ecosistema que haya crecido alrededor… el mismo riesgo que corres tú con las APIs que consumas.
La industria ha madurado y —como cualquier industria madura— ha generado su propia «cadena de suministro» en forma de proveedores de APIs que han bajado la barrera de entrada, permitiendo que desarrollemos nuestras aplicaciones sin tener que empezar de cero ni reinventar la rueda.
Ese miedo no puede condicionarnos, de la misma manera que a Citroën no se le ocurre ponerse a fabricar directamente los cinturones de seguridad o la electrónica que monta en sus coches por si alguno de sus proveedores falla o desaparece, sino tener siempre alternativas por si alguna vez sucede lo inesperado. Para los que no tenemos la suerte de «disparar con pólvora del Rey», merece la pena el riesgo.
Por eso reconozco que, para mí, la implementación de una API no solo tiene un componente técnico o de negocio sino, también, ideológico. Al abrir nuestra aplicación para que otros puedan usarla, contribuiremos a democratizar el desarrollo de software y, también, a ese ideal de Red igualitaria, interconectada y colaborativa con la que un día soñaron los padres de Internet.
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